Crónica de un divorcio anunciado
Y quién gana es la competencia
Por: Roberto Salazar M.
A veces, dos que deberían ir de la mano en realidad quieren cosas distintas.
Pasa en todas partes: En las casas, en los equipos de trabajo… y también en las empresas.

¿Las razones? Muchas. Y muy diversas.

Aunque en teoría se comparten las alegrías, a cada uno las tristezas le duelen de distinta forma.

Sé que “divorcio” suena a algo abrupto, pero la mayoría no lo son. Casi siempre, se cuecen a fuego lento.

En el ámbito empresarial, el divorcio más frecuente –y costoso– es el que se da entre dos áreas que deberían estar sincronizadas: marketing y ventas.

Comparten el mismo objetivo de atraer y retener clientes, por lo que en teoría son el equipo soñado.

En el mundo ideal:

Marketing atrae a los prospectos correctos, ventas los convierte en clientes y todos van a festejar juntos después del cierre.

Pero cuando las cosas empiezan a no salir bien, los dedos comienzan a señalar.

Ventas dice que marketing no genera suficientes prospectos, o que los que manda no califican.

Marketing dice que ventas no sabe cerrar, o que no da seguimiento, o que no entiende el lead nurturing.

Y ahí están. Como una pareja en crisis que discute por la cuenta del gas, pero en realidad está peleando por la falta de comunicación de hace años.

El problema es que los dolores son distintos.

Marketing suele trabajar con presupuestos fijos, indicadores definidos y campañas con fechas.

Ventas vive bajo el estrés de los números mensuales, los objetivos móviles, y la presión directa del resultado.

Uno opera con proyecciones.
El otro, con facturación.

En el mundo de la mercadotecnia digital, al menos, existe una herramienta común: los datos.

La posibilidad de medir toda la cadena –desde la atracción hasta el cierre– permite ver si las actividades están alineadas o si cada quien está jalando para su lado.

Ahí es donde entra un concepto clave, aunque todavía poco entendido: el Costo de Adquisición de Clientes (CAC).

No es solo un número, es una radiografía.

Permite saber cuánto estamos invirtiendo para atraer prospectos, cuántos de esos se convierten, y cuánto nos está costando cada cliente nuevo.

Y con eso se pueden tomar decisiones reales, no solo suposiciones con sabor a excusa.

En empresas pequeñas, donde muchas veces una sola persona se encarga de todo (publicar, captar, cerrar y hasta entregar el pedido), este tipo de definiciones son más que relevantes: son necesarias.

Porque no hay espacio para peleas internas cuando todo depende del mismo par de manos.

Si marketing y ventas se comunican mal, el problema no es el algoritmo ni el presupuesto:

El problema es que están peleando la misma guerra… pero dejaron de luchar juntos.

Soy Roberto Salazar.
Publicista y profesor universitario.

Aquí comparto historias que me ayudan a comprender nuestra interacción en las complejidades del mercado actual, porque mi trabajo es ayudar a personas a lograr más, contando mejor lo que hacen.

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